miércoles, 10 de octubre de 2012

Árbol de la noche triste Marisol Garrido Márquez 2o. "A"

En aquella colina que un día fue habitada por algunos pueblos antiguos, yace hoy un árbol caído, que en ese entonces fue refugio de cientos de avecillas que solían volar sobre su copa, brincar entre sus ramas y construir sus nidos en él.
Lugar de diversión para los niños indígenas que jugaban al pie de ese árbol verde y frondoso; también sitio de descanso para muchos que llegaban de la gran Tenochtitlan después de un arduo día de trabajo.
En sus años de plenitud, aquel árbol brindo lo mejor de sí, protegió con su sombra en los calurosos días de verano y con su follaje cobijo de las tormentas a tantos y tantos viajeros que pasaban por sus alrededores.
Lo recordamos como el hombro en que se apoyó Cortés en 1521, en la llamada “noche triste”.
Ahora, simplemente es un árbol caído.
Todo mundo observa su tronco doblado, simulando un gesto nostálgico; y esas ramas cayéndose, tal vez por apolillamiento y sobre todo, por el cuidado que nunca recibió.

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